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25 abr 2024
El martes 23 de abril tuvo lugar el acto de entrega del título de Colegiado de Honor al insigne ingeniero de caminos.
Javier Manterola es uno de los más destacados ingenieros de caminos, canales y puertos en la España contemporánea y ha dejado una huella imborrable con más de 200 proyectos en España, Europa y Latinoamérica.
Fundador de la oficina de proyectos en la empresa Carlos Fernández Casado, S.L. de la que posteriormente fue presidente y consejero delegado, ha liderado proyectos que abarcan desde puentes y viaductos hasta edificios, iglesias y estaciones de transporte.
Su legado incluye la creación de puentes emblemáticos como el puente atirantado Ingeniero Carlos Fernández Casado sobre el embalse de Barrios de Luna, récord mundial en su tipología, y el icónico puente de la Constitución de 1812 en Cádiz. Un legado que fue ampliamente abordado en la laudatio de su obra y trayectoria realizada por Miguel Aguiló, académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Miguel Ángel Carrillo y Ricardo Martín de Bustamante, presidente y vicepresidente del Colegio respectivamente, entregaron los distintivos del título de Colegiado de Honor: una medalla, un botón de solapa y el diploma acreditativo. Posteriormente, se descubrió la placa que preside el hall de entrada al auditorio del Colegio, en la que figuran todos los Colegiados de Honor y en la que ya aparece el nombre de Javier Manterola Armisén.
La concesión de este título es una propuesta de la Junta de Gobierno aprobada por el Consejo General en su sesión nº 13 celebrada el 21 de marzo de 2024. El acto, celebrado en el auditorio Agustín de Betancourt del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, contó con la asistencia de más de un centenar de personas. Entre ellos, familiares, alumnos, amigos y compañeros de profesión de Manterola quienes celebraron este título brindándole innumerables muestras de cariño y afecto.
Buenas tardes,
Lo primero, quiero agradecer al Colegio el inmenso reconocimiento de nombrarme Colegiado de Honor y sumarme a tan ilustre lista de predecesores. Muchísimas gracias.
Yo estoy muy orgulloso de ser ingeniero de caminos, me gusta mucho ser ingeniero de caminos y amo ser ingeniero de caminos.
A los 17 años salí de Pamplona para venir a Madrid a preparar el ingreso en la escuela. Recuerdo con cariño que estando en la estación, esperando el autobús para Madrid, estaba acompañado de mi primo, que también iba a estudiar a Madrid, farmacia y un amigo que iba a estudiar medicina. Y en ese momento me dice la madre de mi amigo: “Ay Javier, qué carrera tan difícil has elegido, para cuando tú ingreses en caminos, éstos ya serán boticario y médico”. Esto me hizo sentir auténtico miedo por ver dónde me iba a meter a estudiar.
Además esa idea se reforzó porque en la academia Luz de preparación para el ingreso, todos los días nos ponían 7 u 8 problemas para resolver. Me pasaba toda la tarde como una bestia trabajando y resolvía 1 o ninguno. Sin embargo otros compañeros de academia que habían estado de juerga, llegaban con todos los problemas resueltos.
Pensé que esta carrera no era para mi. Que no tenía la capacidad suficiente. Y decidí que cuando volviera a Pamplona en vacaciones de navidad, le diría a mis padres que guardaran mejor el dinero. Sin embargo antes de volver a casa vi algo que me hizo sospechar de que quizás podía con ello. Volví a Pamplona, no les dije nada a mis padres y al final ingresé en caminos. Y los compañeros que entregaban los problemas tan maravillosamente resueltos, los habían copiado y no ingresaron.
¿Porqué caminos? Mi padre admiraba mucho a un tio abuelo mío, ingeniero de caminos, hombre emprendedor y de éxito, amigo de Ortega, y quiso que yo, que se me daban bien las matemáticas, le emulará. Su nombre era Serapio Huici. Yo tenía pensado hacer industriales, pero mi padre me convenció para hacer la carrera más difícil del momento. Caminos.
La carrera fue bien y había profesores de mucho prestigio que me abrieron los ojos y la mente. En tercero de carrera empecé a trabajar en Huarte y el dinero me servía para que mi padre no tuviera que enviar tanto. Trabajaba en Huarte con Don Carlos y estuve haciendo edificios y naves industriales, pero es una cosa que te la aprendes enseguida y yo tenía muchas inquietudes, quería hacer cosas nuevas y tenía mucho interés en investigar. Pedí ingresar en el Instituto Torroja, me admitieron y me dediqué a estudiar el hormigón armado, cómo se rompía, cómo reaccionaba ante diferentes situaciones.
Durante mi trabajo en Huarte y en el Torroja, tuve la suerte de diseñar y calcular la estructura de Torres Blancas, muy poco convencional y que me hizo trabajar con mucha intensidad, porque yo había aprendido lo que era una losa rectangular, una circular, pero aquí teníamos losas de formas muy variadas. Tuve que estrujarme mucho la cabeza. Todos los días nos reuníamos Sáenz de Oiza, Juan Huarte y yo, y hablábamos y hablábamos del edificio, muchas disgresiones que no iban a ningún lado pero otras sí, las importantes. Aprendí mucho diseñando su estructura.
La etapa del instituto Torroja fue pura investigación, hasta que don Carlos formó la oficina y me ofreció entrar en ella, junto a su hijo Leonardo. Estuve dudando si ir o no ir. Al final me decidí y fue una suerte.
Empezamos a hacer puentes, al principio pequeños, pero enseguida, como Leonardo y yo teníamos mucha afición y muchas ganas, empezamos poco a poco a hacer puentes más grandes y más difíciles, tanto en España como en el extranjero. Leonardo y yo teníamos la ventaja de enfrentarnos con problemas muy difíciles a una edad que no nos correspondía por qué nos los traia Don Carlos. Y así me fui construyendo como ingeniero. Y eso hizo que ante cualquier problema que te presentaban, no te preocupaba mirar alrededor, mirar a otros, porque las ideas te salían solas para diseñar cosas nuevas, distintas y originales. Y en mi construcción como ingeniero, no solo hubo mucho conocimiento de la profesión, de lo resistente, de cálculo, sino también de arte, música, filosofía y otras disciplinas que me aportaron conocimientos en los que me apoyé para diseñar.
En oficina Carlos Fernández Casado s.l. he desarrollado la mayor parte de mi vida profesional. Mucho trabajo, muchas obras, muchos puentes, Barrios De Luna, Euskalduna, los puentes del Ebro, Cádiz, Tajo. Siempre que me enfrentaba a un puente quería hacer cosas nuevas, que pensaba en el momento o que ya se me habían ocurrido y no las había podido poner en práctica.
Yo dibujaba mucho a lápiz. La conjunción de pensamiento y lápiz, materializaba mis ideas. Diseñaba mucho en casa. Lo hacía en cuadernos de tapa rígida para poder apoyarlos bien en el aire o en mi pierna. Durante muchos años dibujaba y dibujaba. Imaginaba pilas, tableros, pilares.....fuerzas, resistencias, estructuras, cálculos. Creo que la mayor parte de los puentes los he pensado en casa. Después iba a la oficina y terminábamos el diseño, lo calculábamos y lo proyectábamos.
Para hacer buenos puentes hay que arriesgar, hay que atreverse. Cuando te enfrentas por primera vez con luces superiores a 400m, como en Barrios de Luna, cuando lo máximo que has hecho han sido 100 o 120m , te entra el cangele. Pero te pones y llegas. Pasas mucho miedo, duermes muy mal durante mucho tiempo, pero al final llegas y luego el paso siguiente es más fácil.
Desde el principio quise ser profesor y enseñar; y tuve la ocasión de presentarme a la Cátedra de Caminos que dejaba Don Carlos. Para la oposición tuve que estudiar mucho. Recuerdo que el verano anterior me pasé todo el mes de vacaciones en Oleiros en cuarto estudiando todo el día, y en Madrid, todas las noches, al llegar del trabajo, me sentaba a estudiar hasta media noche. Para ello puse una mesa en el salón. Como me gustan las mesas grandes y no encontraba ninguna, pedí que me pusiesen una puerta con dos borriquetas y allí estudié toda la oposición.
Me gustaba enseñar. Había alumnos buenísimos, inteligentísimos, bien formados y te hacían unas preguntas muy cabronas, me buscaban las vueltas y así debía ser. Yo aprendí mucho de ellos. Porque tienes que tener muy claros los conceptos para poder explicarlos bien y eso te hace penetrar mucho en el asunto que estás enseñando.
Siempre he pensado que uno de los mayores reconocimientos que puedo tener en la vida es que un alumno que tiene un problema, encuentre la solución viendo uno de mis puentes. Eso es lo mejor de lo mejor. Ves la eficacia de tu enseñanza. Hay que abrir la cabeza de los estudiantes y hay que abrirla bien.
Todo lo que he hecho como ingeniero es gracias a todo mi equipo de colaboradores, ingenieros, delineantes, con los que a lo largo de los años, hemos diseñado las obras. Gracias infinitas a todos ellos.
Quiero agradecer a Leonardo Fernández Troyano, socio mío durante 60 años y que ha compartido conmigo el amor por la ingeniería. Quiero agradecer al Colegio su cuidado por la profesión y reitero mi gratitud por el honor recibido. Quiero también agradecer a la profesión, que tan bien me ha tratado.
Y por último y más importante, quiero agradecer especialmente a Lolacha, mi mujer. Yo trabajaba todo el día en la oficina, en casa. Nunca se interpuso en mi carrera, me dejó libre todo el tiempo que necesitaba y siempre me apoyaba. Una mujer excepcional.
En esta profesión, qué tanto ha significado para mí, hay que ser constante y muy perseverante. Nunca darte por vencido. Si algo no te sale, vuelves y vuelves hasta que lo resuelves. En esta profesión hay que saber mucho, hay que trabajar mucho, y hay que atreverse mucho.
Muchas gracias.
Antonio A. Martínez Cutillas
Javier Muñoz-Rojas Fernández
Juan Antonio Navarro González-Valerio
Silvia Fuente García
Borja Martín Martínez
José Manuel Domínguez Cabello
Lucía Fernández Muñoz
Guillermo Ayuso Calle
Alberto Muñoz Tarilonte
Raúl González Aguilar
Emilio Sánchez Martín Miguel Ángel Gil Ginés
Miguel Ángel Astiz Suárez
A TODOS LOS INGENIEROS Y A TODOS LOS DELINEANTES Y PERSONAL DE OFICINA.
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